La Gaceta

Amedeo Modigliani, el pintor de los retratos desde donde mira el vacío

Fue un pintor brillante y bohemio, cuyos retratos se caracterizaron por la tendencia a neutralizar la mirada. Su historia y su obra

HERNÁN MIRANDA

En su último Autorretrato (1919), Amedeo Modigliani se delata con una honestidad difícil de alcanzar. Los ojos oscuros, profundos y vacíos, dominan el rostro trágico y atormentado. Aquí, como en muchos de sus retratos y desnudos, Modigliani ha intentado anular o borrar la mirada; pero si el objetivo era neutralizarla, no lo ha logrado. Son la visión ensombrecida y la marcada estilización de su cara las que nos llevan hasta lo más recóndito de su espíritu.

Espíritu que abandonó esta tierra un día de enero de 1920. Había arribado a París 14 años antes, cuando dejó su Livorno natal para lanzar los dados. Llegó a Francia inmerso en el patrimonio artístico italiano, pero no tardó en deshacerse del clasicismo para acercarse al expresionismo, que marcó tanto sus pinturas como su vida.

Al principio, recién instalado en un diminuto estudio de Montparnasse, experimentó con la idea de ser escultor. Se inspiró en Constantin Brancusi, a quien conocía, y en el arte primitivo del Antiguo Egipto.

“En aquella época -cuenta en sus memorias la poetisa Anna Achmatova, amiga suya- Modigliani se ocupaba en la escultura y trabajaba en un pequeño patio cerca de su taller, vestido de obrero. Estaba entusiasmado con Egipto. Me llevaba a las salas egipcias del Louvre y me decía que el resto no merecía atención alguna”.

Pero el de escultor no era oficio para un tuberculoso y hacia 1912 Modigliani, muy afectado en sus pulmones, eligió la pintura. Silvia Agüero, decana de la Facultad de Artes de la UNT y docente de Arte Contemporáneo, observa que su obra pictórica tiene unas características muy personales: “si bien su principal influencia es el academicismo italiano, él terminó pintando de un modo opuesto, diferente. Supo reformular, modernizar y cambiar las formas académicas. Se distingue por una obra muy propia, muy diferente a la del resto y a todo lo que se hacía en ese momento”.

La vida en Francia

Modigliani, un judío no practicante, vivió en el luminoso París de principios del siglo XX, que era el centro artístico y cultural de Occidente. Agüero cuenta que se unió a la comunidad de artistas judíos que habían llegado desde el este de Europa y confraternizaban por su origen y su miseria. “Aunque tan personal, su estilo no deja de estar relacionado con el de los otros artistas judíos que vivían en esa comunidad. Los caracterizaba el expresionismo, muy distinto al cubismo”, explica.

Pero para Modigliani París no era únicamente pintura. Pasó sus años allí hundido en el alcohol, las drogas y las relaciones borrascosas, lo que le dio cierta fama de pintor maldito. En 1917 conoció al amor de su vida, Jeanne Hébuterne, con quien tuvo una hija y vivió una tragedia (la relación fue relatada en la película Modigliani, de Mick Davis). En su retrato de Jeanne (1918) está otra vez, y de manera sobrecogedora, ausente la mirada. “Esos ojos almendrados, como manchas, son su estilo -transmite Agüero-. Él va más que nada al alma del personaje, aunque las personas retratadas no dejen de tener un parecido”.

En marzo del 18, con Francia asediada por los alemanes, sus amigos lo enviaron a descansar a Niza. Allí nació su hija, también bautizada como Jeanne, al tiempo que su paleta se volvió más luminosa, según escribe Gisela Asmundo, de la revista “El ojo del arte”: “por esa época él pintaba o dibujaba a su mujer prácticamente todos los días y en sus figuras esbeltas sorprende la vibración del color”.

Final y legado

Cuando el pintor regresó a París, en mayo de 1919, solo le quedaban unos meses de vida. Una meningitis tuberculosa y la vida de excesos le cobraron la factura el 24 de enero del año siguiente. Tenía solo 35 años. Pero la extraordinaria tragedia humana que había representado recién terminó, y de forma espantosa, el día después, cuando Jeanne, embarazada de ocho meses, se suicidó tirándose de un quinto piso.

A pesar de la mala fama de Modigliani, al funeral asistieron cientos de personas.

París, entretanto, no le había dedicado todavía ninguna exposición individual. Hubo que esperar hasta 1958 para que eso sucediera. El panorama cambió por completo en la década del 80, cuando sus exposiciones se multiplicaron a nivel internacional. Para Agüero, esta incomprensión por parte de sus contemporáneos responde a que al público general le cuesta adaptarse a quienes cambian las reglas del juego. “Nadie iba a comprar un retrato de alguien que parecía no saber pintar. Hay que tener en cuenta que en ese momento la burguesía estaba acostumbrada a otro tipo de arte, a la rigurosidad de las formas, y por eso las obras de Modigliani eran demasiado modernas para ser comprendidas”, analiza. Agüero expresa que estas pinturas le encantan y define a su autor como un artista muy interesante y muy importante. A esta altura casi toda la crítica está con ella: Modigliani fue uno de los pintores más excepcionales del siglo XX. Con el estilizamiento del cuerpo, basado en sus cuellos muy largos, que dotan al retratado de un aire tan melancólico, hasta las miradas vacías, almendradas, Modigliani dejó en sus lienzos un lugar para el alma.

A la suya le aguardaba, en todo caso, el destino común a las de los artistas malditos. Su último Autorretrato, descripto al comienzo de esta nota, es la expresión más profunda de esa espera.

TUCULTURA

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2023-02-01T08:00:00.0000000Z

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