La Gaceta

“Tocar jazz es como declamar una poesía”

El notable armonicista belga nació hace un siglo y murió a los 94 años. Compartió su arte con grandes músicos. La influencia del trompetista Chet Baker. Un título nobiliario

ROBERTO ESPINOSA

Arrugas que sueltan corcheas. Sonrisa que reverbera en la nocturnidad. La mirada desata la ternura en un tiempo de verano. Bigotes ejercitan canas sonoras. Los anteojos empañan la emoción. Micrófono abrazado por la zurda. Do Si La Sol silban una melodía. Ese pequeño órgano parpadea afecto entre sus labios. Ronronea “I do it for your love”. El piano gesticula suavemente. Charla de contrabajo y escobilla. La música sueña en silla de ruedas. Los 90 años soplan vida en esa armónica.

1922. El aroma a café embelesa el sollozo changuito ese 29 de abril. En la cafetería de la Calle Mayor, de Bruselas, canta un acordeón. El sábado está de fiesta en el barrio Les Marolles. Jean-Baptiste Frédéric Isidor, demasiados nombres para ser conocido por un apodo y de apenas una sílaba. La música embosca sus pininos. Las matemáticas lo acompañan durante un tiempo. Una novia chiquitita se le mete en el bolsillo adolescente. “Para muchos músicos era un juguete. ‘Fred, tira eso y toma un instrumento de verdad’, me decían. Hasta que le gané mi primera guitarra a un amigo en una apuesta. Aprendí las notas escuchando los discos de Django Reindhart. Soy autodidacta. Todo lo que sé, lo aprendí de los discos”, dice.

El jazz se cuela sigilosamente por las hendijas del alma. Mayo, 1940. Los nazis violentan la neutralidad belga. “No fueron años fáciles para nadie. Durante la ocupación alemana sufrí mi primera contaminación jazzística. Vivía en Bruselas y había cerca una tienda de discos a la que iba a mirar el escaparate. Al cabo de un tiempo, reuní el dinero suficiente para comprarme mi primer disco: “Carry me back to old Virginy”, de Louis Armstrong. Pero escuchar jazz estaba prohibido en aquellos días. La solución era amortiguar el sonido de la bocina del gramófono con una almohada para que no lo escucharan los vecinos. Si te denunciaban, podías ir a la cárcel”, recuerda.

Nueva identidad

Se hermana con el violín de Stéphane Grappelli. 1944: La liberación; toca en pequeñas formaciones. El saxofonista Toots Mondello y el trompetista Toots Camarata son los responsables de su nueva identidad. La guitarra y el silbido van construyendo un estilo. Pero la noviecita, a la que le dicen “la cromática”, no se deja ningunear. Y saca pecho en 1949 cuando el rey del swing lo invita a tocar con él: “Todo empezó cuando Duke Ellington vino a Bélgica y yo me hice amigo de su violinista, Ray Nance. Le enseñé grabaciones con mi música, le gustaron y se las llevó. Poco después recibí la oferta de Benny Goodman”.

Se va a París. Luego cruza el gran charco. En los pagos del tío Sam bebe con varios maestros el Jack Daniels del jazz. “Soy uno de los pocos músicos vivos que puede presumir de haber tocado con Charlie Parker. Primero fue en París, en 1949. Luego, en 1953, fui miembro de los Charlie Parker All Stars, junto a Miles Davis y Milt Jackson. Estuvimos una semana en el teatro Earl, de Filadelfia. Tocábamos tres veces por noche: primero la película de John Wayne o de quien fuera, y luego salíamos nosotros”, comenta. Los besos a la pequeña dama lo acercan a Ella Fitzgerald, Oscar Peterson, George Shearing, Bill Evans… “Imagínese, yo, compartiendo asiento en el autobús con Stan Getz o Lester Young y, a un metro, Billie Holiday. La mayoría de las veces yo era el único blanco… Yo traté de hablar el lenguaje del bebop con mi propia voz, con acento belga. No soy un afroamericano, pero me llegó el mensaje de Parker y Dizzy, y luego la evolución con Miles Davis, John Coltrane y todo eso. El jazz ha sido para mí evolución y aprendizaje constante en más de 50 años”, comenta.

Despierta abrazos

La cromática le abre puertas. Despierta abrazos. La música brasileña le riega los poros. Antonio Carlos Jobim, Elis Regina, Eliane Elias, Ivan Lins, Caetano Veloso, Djavan, Milton Nascimento, Chico Buarque, Gilberto Gil, Oscar Castro-Neves, siembran su arte en su camino y generan una fiesta sonora.

Un valsecito gesta la popularidad. Nacido en 1962, Bluesette se viste rápidamente de clásico. Circunstanciales compañeros de ruta musical: Quincey Jones, Jaco Pastorius, Natalie Cole, Pat Metheny, Paul Simon, Billy Joel, Frank Sinatra, Ray Charles. La sonrisa derriba fronteras. La calidez también. “Mi inicio fue espontáneo, nunca pensé que llegaría a tocar en grandes teatros con este instrumento. Es que todo comenzó como pasatiempo, nunca imaginé que este, que devino pasión, cambiaría mi vida. Puedes tener un Stradivarius de un millón de dólares, o una armónica barata, pero debes tener cierto don para tocarlos y expresar los sentimientos. Nunca estudié música, todo se desarrolló naturalmente”, murmura.

Decir más con menos

Un trompetista y cantante le deja una huella: “Éramos diferentes en todo menos en lo importante: la música. Chet Baker era un modelo de perfección. Su manera de construir las frases, el modo en que cantaba... era perfecto. Yo no lo era tanto, por eso trataba de ser más moderno que él, porque él resultaba inabordable. Tocar jazz es como declamar una poesía. Eso lo aprendí de él… Hay que aprender a decir más con menos palabras. He llegado a un punto en mi carrera en que quiero expresar las emociones más profundas con el mínimo de notas. Esta es la verdadera sabiduría”, afirma.

Series de televisión, “Breakfast at Tiffany’s”, “Perdidos en la noche”, memorables películas, disfrutan de sus intervenciones musicales. El rey belga Alberto II le cuelga el título nobiliario de Barón en solapa. Los 90 años siguen electrizando a la amable damita y al público. “La contribución de la armónica al jazz no sé si exista, yo solo he sido muy feliz de tocar el instrumento con grandes jazzistas. La gente debe entender que es un instrumento que se puede explotar igual que los demás, y que no debe haber prejuicios”, explica.

Marzo de 2014. La escasez de resuello lo entrampa, el retiro de los escenarios también. La felicidad no lo abandona. 2016. Un hospital de Bruselas contempla la sencilla operación de un hombro. Agosto 22. La noviecita intenta despertar la sonrisa de 94 años. Ella lo intuye: Toots Thielemans ya se mece sonriente soplándola en “Smile”, entre los brazos de la muerte.

TUESPECTÁCULO

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