La Gaceta

La Casualidad, a 4.200 metros

UN PUEBLO FANTASMA A 4.200 METROS DE ALTURA

ÁLVARO MEDINA

Está en la Puna salteña, es un pueblo abandonado. Cuando cerraron una fábrica, 3.000 personas se fueron del lugar.

Cuando cerró la mina de azufre cerca de 3.000 personas dejaron su casa. Desde entonces apenas queda en pie el esqueleto de lo que llegó a ser un símbolo de prosperidad

La mina La Casualidad, ubicada a 4.200 metros en la Puna salteña, se convirtió en un monstruo obsoleto cuando el azufre dejó de ser esencial en la elaboración de pólvora para balística y fue reemplazado por otros compuestos. Unas 3.000 personas debieron abandonar su casa en búsqueda de trabajo, dejando en esas alturas el esqueleto edilicio de lo que alguna vez había sido una próspera comunidad. Hoy a esas estructuras desamparadas se las conoce como “Las ruinas del pueblo de La Casualidad” y para acceder a ellas hay que ascender entre montañas cercanas al límite con Chile, en el extremo noroeste del país.

Hasta ahí llegaron expedicionarios guiados por el equipo del Observatorio de Ampimpa, en una travesía de turismo científico que partió de Tucumán hasta la Puna con la intención de profundizar en los atractivos turísticos, en los entornos y hallazgos valiosos para la ciencia y en la importancia histórica de los lugares explorados.

“El azufre de La Casualidad era utilizado en la producción de pólvora por el Ejército -cuenta Federico Norte, guía del contingente-. El pueblo y el establecimiento azufrero nacieron en 1965, pero en el año 79 el Gobierno militar lo cerró por la pérdida de valor del mineral”.

La expedición partió a las 9 de la mañana desde la localidad puneña de Tolar Grande, a 120 km del destino, con una temperatura de 8 grados bajo cero. Atravesaron el vasto Salar de Arizaro, divisando al oeste la cadena de volcanes que marca el límite con Chile. Luego tomaron la vieja traza asfaltada que lleva a las ruinas, roída por los años, pero aún transitable. Esta ruta de ascenso, que se abrió paso rompiendo la piedra basáltica de antiguas erupciones volcánicas, fue alguna vez uno de los caminos asfaltados más altos del mundo. En el trayecto se divisan formaciones imponentes: el Arizaro, el salar de altura más grande de Argentina; la cuenca del salar de Río Grande; el volcán de Antofalla y la cima del Llullaillaco, donde se encontraron las renombradas “momias del Llullaillaco”. Este último cerro es además el más alto de Salta, con 6.740 metros, solo 220 metros menos que el Aconcagua.

A las 12.30, con casi 20 grados grados de temperatura, los expedicionarios llegaron a la entrada del viejo poblado y contemplaron las desoladas construcciones estropeadas por los vientos y el robo. “Lo que impacta de ver ruinas como estas es la certeza de lo efímero que es nuestro paso por el mundo, sobre todo lo frágil que es lo que el hombre construye y proyecta”, reflexiona la doctora María Eugenia Farías, microbióloga y reconocida científica miembro del equipo del Observatorio.

Algunas vicuñas se agrupan en el lugar, caminan sobre relaves -restos de la concentración del azufre que forman montículos de polvo amarillentoy beben agua de una fuente que brota en el centro de las ruinas. “Fue un baqueano el que encontró la vega -surgente de agua dulce- que dio lugar al establecimiento del pueblo azufrero en este punto”, relata Norte. “Cuando fue a declararla dijo que la encontró por casualidad, así que el nombre de la Azufrera y del pueblo provienen de esta expresión”, añade.

No solo las vicuñas visitan La Casualidad, también arriban a ella mineros en tránsito hacia otros destinos de la Puna y ocasionalmente turistas que llegan de todas partes del mundo para presenciar la postal de un pueblo fantasma enmarcado en un imponente paisaje.

Pero la visita más importante se produce cuando llegan antiguos trabajadores o sus hijos, nacidos en La Casualidad. En la desgastada iglesia hay rastros de esos regresos: en las paredes escritas y en las ofrendas dispuestas en la zona del altar. Quizás ese ritual de reencuentro les permite comprobar que sí; que esas ruinas sí fueron alguna vez su casa, que vivieron alguna vez en esas alturas, que caminaron sobre la nieve amarilla de azufre, que tuvieron calor de hogar en noches de invierno de más de 20 grados bajo cero, que fueron capaces de construir una comunidad pujante en medio de la hostilidad de la Puna. Es comprobar que la nostalgia que los convoca es la prueba de que los buenos momentos vividos sobrevivieron a la tristeza del final. Los mensajes depositados en la iglesia parecieran ser testimonio de ese sentimiento.

Además de las viviendas, el pueblo contaba con hotel, confitería, oficina postal, canchas de básquet y de fútbol e incluso un cine. Luego, no sólo la Puna se encargó de erosionar los edificios. El poblado abandonado sufrió permanentes saqueos de sanitarios, puertas, ventanas y techos. El templo fue la única estructura que se conserva casi por completo. Es por eso que algunas veces es usado como refugio. Así lo cuenta Iván Petrinovic, geólogo y vulcanólogo que acompaña al grupo: “en una de las campañas trabajando sobre el volcán Llullaillaco nos quedamos 15 días durmiendo en la iglesia, es una de las pocas estructuras que conserva el techo y se puede acceder”.

El éxodo de La Casualidad terminó alimentando la población de otras localidades de la Puna como Tolar Grande, Antofalla y Antofagasta de la Sierra; que actualmente pujan por el crecimiento del turismo, la protección del patrimonio científico de la zona y el desarrollo de una minería sostenible.

Luego de recorrer la herida arquitectura, los expedicionarios emprenden el regreso a Tolar Grande. Atrás quedan las ruinas de un pueblo y los fantasmas de aquellas familias partiendo de su casa hacia un destino incierto.

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2022-05-22T07:00:00.0000000Z

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